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LA SOCIEDAD RASCACIELISTA

Yonia Miriam Valdespino Muñoz

#ElArticulo| Por eso, defender al maestro es también un acto de resistencia. Es reconocer que sin su compromiso, su ternura y su coraje, no hay transformación posible.

*LA SOCIEDAD RASCACIELISTA*

_Yonia Miriam Valdespino Muñoz_*

Un gobierno que se burla y mofa de los docentes actúa con una descarada incongruencia: por un lado, proclama la importancia de la educación como pilar del desarrollo nacional, mientras que por otro, minimiza y ridiculiza el trabajo de quienes la hacen posible.

A través de discursos vacíos, reformas improvisadas y promesas incumplidas, desvaloriza la labor del maestro, tratándolo como un obstáculo en lugar de un aliado en la transformación educativa.

Con salarios insuficientes, condiciones precarias y una constante carga burocrática, lanza un mensaje implícito de desprecio, como si educar fuera una tarea menor. Incluso en campañas mediáticas, se ha llegado a caricaturizar al docente, responsabilizándolo de los fracasos estructurales del sistema, en un acto de burla institucional que erosiona la dignidad de una profesión que merece respeto y respaldo.

En La Pedagogía de la Esperanza, (Freire, 1997) se promueve una propuesta educativa, una postura ética, política y humana ante la vida. Nacida de la experiencia, la reflexión crítica y el compromiso con los oprimidos, es importante invitar a los educadores y educandos a concebir la educación como un acto profundamente transformador, guiado por la esperanza activa y el amor por el mundo.
Educar es un acto de valentía, no de neutralidad:
“Enseñar exige valentía para luchar por los sueños y para tener esperanza.”
(Freire, 1997, p. 78)

La enseñanza no puede ser un proceso mecánico, ajeno a la realidad social, sino una práctica dialógica que parte de la experiencia concreta de los sujetos. En un contexto donde la injusticia, la pobreza y la exclusión persisten, la esperanza se vuelve un acto político: no es esperar pasivamente que las cosas cambien, sino comprometerse con su transformación.

Esta esperanza crítica se opone al fatalismo y al conformismo, recordándonos que todo puede ser distinto si hay voluntad colectiva para hacerlo.

Este tipo de esperanza no es ingenua ni pasiva: no se trata de esperar que el cambio venga desde arriba, grandes ejemplos tenemos con el gobierno tabasqueño, donde se vive en un cambio de rascacielos, es decir, desde su rascacielos de poder, solo contemplan la belleza del cielo, sin atreverse a mirar hacia abajo, donde habita la realidad que ignoran: el dolor, la lucha y la dignidad de quienes caminan a ras de suelo, nosotros los docentes, es por eso que la educación no la construyen las élites del poder, compete así, construirlo desde abajo, en comunidad, en diálogo, desde la educación misma de las aulas normalistas, de los docentes que enseñan con amor y con compromiso.

Esos mismos docentes que la élite del rascacielos va destruyendo poco a poco, sin compromiso alguno por la educación misma, son esos mismos docentes a quienes la élite encumbrada en su rascacielos va desmantelando lentamente, sin el menor compromiso con la esencia de la educación ni con la dignidad de quienes la sostienen día a día.

Desde las alturas del poder, donde el brillo de los discursos se confunde con la soberbia, se toman decisiones que hieren la vocación de enseñar. Se imponen reformas, directrices, organizaciones sin consulta, se cargan las espaldas magisteriales con tareas ajenas al proceso pedagógico, se recortan derechos bajo el disfraz de eficiencia. Así, se va erosionando el alma del maestro: no con gritos ni castigos, sino con la indiferencia silenciosa del que mira hacia otro lado.

En esa lógica deshumanizante, el docente deja de ser un sembrador de esperanza para convertirse en un engranaje más del aparato burocrático. Pero la educación no puede nacer de la indiferencia ni de la imposición. Como diría Freire, “nadie educa a nadie, nadie se educa solo, los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo”. Y ese mundo, el de las aulas humildes, el de las comunidades olvidadas, es ignorado por quienes se recluyen en su comodidad vertical, temerosos de ensuciarse los zapatos en el barro del pueblo.
Por eso, defender al maestro es también un acto de resistencia. Es reconocer que sin su compromiso, su ternura y su coraje, no hay transformación posible. Es exigir una educación que no sirva a las élites, sino al pueblo; una educación que no forme súbditos obedientes, sino ciudadanos críticos y libres. Y esa lucha comienza con mirar hacia abajo, con escuchar a quienes han sido silenciados, y con reconstruir la esperanza desde los cimientos.
¿De qué trata señor Gobernador y Mtra. Iparrea la Nueva Escuela Mexicana? ¿Acaso han leído los ejes principales de la misma? En el rascacielos del poder donde ustedes habitan NO LA ENCONTRARÁN.

De acuerdo a la NEM, también apegado a Freire, se trata de una esperanza combativa, que sabe de límites y obstáculos, pero que no se rinde ante ellos. Es una esperanza que se alimenta del amor al prójimo, del compromiso con la justicia y de la certeza de que toda opresión puede ser desmontada si se articula una acción colectiva consciente.

En este sentido, la esperanza se convierte en una herramienta pedagógica y política. En el aula, no es simplemente una actitud positiva, sino una práctica cotidiana que se expresa en la confianza en el potencial de los estudiantes, en el valor de sus historias, en el poder transformador del diálogo.

La educación freiriana, NO EDUCA PARA LA RESIGNACIÓN, sino para la rebelión creativa, organizada y amorosa. Por eso, educar con esperanza es también educar para la acción, para la responsabilidad compartida, para la utopía que no huye del presente, sino que lo enfrenta con la mirada puesta en lo que puede llegar a ser.

En este sentido, la Pedagogía de la Esperanza reconoce al educando como sujeto histórico, capaz de reflexionar sobre su realidad y actuar sobre ella. Por eso, Freire defiende una educación centrada en la conciencia crítica, en el diálogo y en la praxis, donde pensar y actuar se funden en una misma dirección. No se trata solo de adquirir conocimientos, sino de desarrollar una conciencia que permita al estudiante leer el mundo y escribir en él nuevas posibilidades.

En tiempos de desencanto provocado por las mismas élites rascacielistas, donde las estructuras de poder parecen inamovibles y el sistema educativo reproduce más la desigualdad que la equidad, la propuesta de Freire cobra especial relevancia. Reivindica la figura del maestro como agente de cambio, no como burócrata de contenidos. Y llama a resistir, a educar con coraje, ternura y compromiso ético.

Le invitamos compañero maestro a mantenernos humanos en contextos deshumanizantes, a sembrar conciencia en medio de la apatía, y a seguir creyendo que educar es, en el fondo, un acto radical de amor y esperanza.
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*Docente del IESMA

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