CHIAPASCULTURA

BRÍGIDO MARROQUÍN: EL MARIMBERO QUE SE FORJÓ EN LA SELVA

El labrador de marimbas de reconocidas orquestas de Tapachula, Chiapas

 

Wilber Sánchez Ortiz*

TUZANTÁN.- Brígido Marroquín nació en 1924 en medio de contextos históricos lapidantes para la conformación de cualquier ser humano. Su vida, contada a trancos y envuelta en jirones de historia inicia en el contexto de la lucha armada llamada mapachismo.

Este movimiento armado, es la contrarrevolución chiapaneca con la que hacendados y caciques se opusieron a la reforma agraria; ejerciendo el control que tenían sobre indígenas y mestizos pobres y provocó la muerte de un gran número de indígenas tuzantecos (el entrevistado habló qatoo’k en su infancia) y el desplazamiento de otros hacia las montañas, pueblos circunvecinos e incluso a Guatemala, en una guerra que no comprendieron del todo, pero que consolidó la expropiación de sus terrenos comunales por los hacendados y la recién construida burguesía, que vino de pueblos lejanos con la misión de administrar las fincas o la población.

Su infancia transcurrió entre la selva inundable de lo que con el tiempo se pasó a llamar Cuarto Cantón, una comunidad agraria que de acuerdo a los datos de la entrevista se fue desazolvando conforme crecía la frontera agrícola y habitacional.

(Tuzantán se ubica en las faldas de la Sierra y Cuarto Cantón –a 10 km de la cabecera municipal–, abajo, en el valle del Soconusco, Chiapas, atravesada por las vías del ferrocarril, e incluso existía la Estación Tuzantán del FFCC, cerca del Cuarto Cantón)

Si usted nació en la cabecera municipal de Tuzantán ¿Por qué se fueron al Cuarto Cantón?
Porque allá estaba la parcela de mi papá.
¿Les repartieron tierras?
Eran de mi papá. Era una tierra que había trabajado por años. Un día llegó a la casa pensativo. Le dijo a mi mamá que le habían robado dos terneras y le dijo que nos fuéramos a vivir a la parcela porque allá estaba lo nuestro.

Del diálogo de Marroquín se desprende que era una selva con animales silvestres como guacamayas y monos. Dispersos en la selva, a lo lejos, dos o tres familias más. Fueron una familia conformada por tres miembros: papá, mamá y Brígido. Los hermanos muertos por otro guiño, terrible, de la historia.

— ¿Y sus hermanos?
— No tenía hermanos.
— ¿Hermanas?
— Nada, todos se murieron porque pasó una enfermedad que llamaban viruela negra y por eso me quedé solo. Al poco tiempo empezaron a repartir las parcelas y mi papá tuvo que ceder parte de sus tierras que empezaron a solicitar otras personas.

Brígido habla de las tierras comunales que los indios habían utilizado por siglos y que ahora, por las nuevas disposiciones habría que repartir, en el mejor de los casos con paisanos sin tierra; en general con mestizos de diversos orígenes.

¿Y la marimba? Don Brígido. ¿Cómo inició con ella?

Brígido Marroquín esboza una risita complacido. Su voz es pausada, aguardentosa por el paso de los años. Se relame en el placer de ese recuerdo:

Tenía como seis o siete años. Estaba con mi papá y empecé a obtener gambas (fajas de la raíz) de guarumbo. “¿Y eso para qué?” preguntó mi papá. Sirve, respondí. “¿Para qué?” Sirve, te digo.

“Así empecé a labrarla y a golpearla con un palo. Mi papá se reía porque empecé a hacer música.

“De repente, en alguna madrugada se empezó a escuchar a lo lejos un sonido. No había muchas casas. Era una marimba que sonaba. Le pedí a mi papá que fuera a buscarla y la comprara. “¿Para qué?, no me sirve”, respondió mi papá. Para mí, insistí.

“Fue mi mamá la que exigió que me lo comprara. “Para mi nene”, pero mi papá no quiso. Días después vinieron a ver a mi mamá para que fuera a ayudar a hacer tamales. Ahí escuchó que alguien ejecutaba un instrumento.

¿Quién toca?, preguntó.
Mi hijo, respondió el dueño de la casa.
¿No lo vende?
Tal vez.

De ese modo, la madre del futuro marimbero compró un armatoste que consistía en dos horquetas del que pendían tabletas de madera, colgadas de una cuerda y separadas entre sí con retazos de tela.

A partir de aquel momento el maestro descubrió su oficio perfeccionando aquel instrumento, incrustó postes en el suelo y mejoró la calidad del sonido al ir puliendo cada tecla. Afinó el quehacer, hasta que algún vecino le encargó una marimba de aquellas para su hijo.

Después se decidió a buscar maestros en la carpintería y, en viajes de un tren recién inaugurado, se dirigió a Tapachula donde descubrió el arte de la incrustación, de la resonancia con cajones y afinar el instrumento. “es lo que no le gusta a muchos”, afirma. Porque hay que hacerlo tecla por tecla.

Brígido Marroquín refiere nombres familiares con la confianza de haberlos tratado. Habla de un tal Danilo. Y se refiere al maestro Danilo Gutiérrez, músico célebre radicado en Tapachula, director de la marimba orquesta Perla de Chiapas. También habla de haber hecho marimbas para la Corona de Tapachula, del también célebre Víctor Betanzos.

“Estos dedos”, habla mientras nos enseña los tres que le faltan. “Me los quité trabajando la carpintería”. De ahí desprendemos que no sólo hacía marimbas, aunque es claro que fue su pasión. Músico de oído y como paso previo para elaborar y afinar las marimbas, conformó junto a sus hijos la orquesta Hermanos López.
Para concluir la entrevista recorrimos su taller.

Se para con dificultad. Apoya sus pasos temblorosos en un bastón. Tres marimbas arrumbadas, instrumentos de carpintería y nombres de notas musicales sobre las teclas. “Están marimbas están descompuestas”, afirma. Ya le dije a mis hijos que si muero las quemen. Que no quede nada, porque ellos no quisieron aprender a hacerlas. No he podido componerlas porque me enfermé de las rodillas. No sé qué tengo. Ni los doctores lo saben.

Brígido Marroquín tiene al momento de la entrevista 97 años.
¿Y ésta marimba?
Es la que estaba haciendo cuando me enfermé.
¿No la vende?
No, porque está encargada. Que la termine hago la tuya. Te das tu vueltecita, dice. Nomás que me recupere.
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*Ingeniero biotecnólogo y escritor. Es autor del libro Los tuzantecos.

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