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LONCHITO/ Por Gamaliel Sánchez Salinas

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_Gamaliel Sánchez S._/CONTRASTE POLÍTICO

Alonso era un profesionista capaz y comprometido con su barrio. De origen humilde, con tesón de toda la familia, logró titularse y desde entonces no paró de trabajar y siempre estaba buscando bienestar para su comunidad. Los vecinos lo apreciaban, Lonchito, le decían.

Desde joven fue una persona comprometida con la transformación y siempre apoyaba las causas, desde su condición de ciudadano.

«Esto tiene que cambiar, ya basta de que nos sigan gobernando los mismos, robando los dineros de la gente», comentaba en el vecindario, sus comentarios eran bien recibidos.

Lonchito vio con simpatía que una vecina, Esperanza, Pelanchita para los amigos del barrio, decidió participar en las luchas por el cambio. Cuando podía, siempre pudo, la apoyaba de manera moral y económica. «Muchas gracias, Lonchito, gente como tú necesita la causa», agradecía Pelancha.

,»Lonchito, ¿será que me puedas prestar tu camioneta para transportar compañeros al mitin?». «Lonchito, ¿podrías cooperar con unas tortas y refrescos para nuestras compañeras, que van a cuidar casillas«. «Lonchito, me da pena, ¿Tienes ahí que me prestes pa mi pasaje, tenemos que ir a México a un plantón«. Alonso siempre estuvo en el ánimo solidario y tenía confianza que el cambio llegaría.

 

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Cuando la transformación llegó a Esperanza le hizo justicia. El barrio todo celebró contento y le dieron el encargo a Lonchito que a nombre de todos, felicitara a la flamante funcionaria emanada del pueblo.

Con el compromiso encima, Alonso inició a checar el horario de Pelanchita, no quería ser imprudente, no quería quitarle tiempo.

Así que una mañana de suerte la topó saliendo de su casa. «Pelanchita, que gusto, permíteme felicitarte a nombre…». «¿Qué tal amigo?, gracias, disculpa que no te atienda, pero voy a una reunión con nuestro ciudadano gobernador…», dijo y se encaminó a la camioneta que en ese momento se estacionaba.

Alonso supo que que las cosas habían cambiado. Se sentó en la banqueta y reflexionó: «Ya no soy Lonchito, sólo soy amigo». Tardó un rato, habitando la estupefacción, luego se levantó, sacudió la cabeza y, con el desencanto vuelto sonrisa, se fue a su chamba.

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