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*ODISEO CONFINADO*: Por Gamaliel Sánchez Salinas

*ODISEO CONFINADO*

*Humberto Estrada: Se puede vivir del arte, sólo tienes que trabajar en serio*

_Gamaliel Sánchez Salinas_/CONTRASTE POLÍTICO

Humberto Estrada, grabador y docente, nació accidentalmente en la Ciudad de México. Sus raíces familiares se dividen en Chiapas y Tabasco. Aún no cumplía los siete años cuando su madre lo trajo al trópico y lo dejó a cargo de sus tíos. Inició la primaria en el Colegio Golondrinas. Humberto vivía en la populosa colonia Tamulté y recuerda la larga travesía que el autobús escolar hacía en la mañana cuando pasaba a buscar a él y a sus primos en la mañana.

«Éramos los primeros que nos subíamos al camión camino a la escuela. Y éramos los últimos en llegar casa de regreso. Al principio aburría pero luego le agarré sabor al recorrido. Exploraba el paisaje, la gente, si bien era un paisaje urbano aprendí a observarlo. Disfrutaba ver a la gente caminando, cada quien con un estilo propio, disfrutaba de esas diferencias que la calle y sus peatones me ofrecían», rememora Humberto Estrada, artista plástico y maestro en la mesa del café Parissi, en pleno Centro Histórico de la ciudad de Villahermosa.

Los últimos grados de la primaria lo hizo en la escuela “Juan S. Trujillo”, centro educativo con mucha tradición, para luego saltar a la Federal 1. Sin complejos, Humberto transitaba su adolescencia con el sueño de convertirse en arquitecto. Así llegó al Colegio de Bachilleres, cuando terminó se descubrió en una crisis económica tanto en la familia y en todo el país.

«Se me iba a hacer difícil viajar hasta Cunduacán y decidí estudiar idiomas. Y ahí, además de los encuentros con lenguas diversas, me encontré con los talleres de pintura, de grabado que la UJAT ofrecía a sus alumnos. Me integré a los talleres de pintura y grabado, ya no alcancé al maestro Férido Castillo. En esa etapa la vida de universitario era difícil; tenías que decidir entre tomar un refresco y volver a casa a pie o regresar en la combi al hogar muerto de sed», rememora.

Empero, Humberto, pronto se consiguió un trabajo como maestro de idiomas, el sueldo percibido le permitía enfrentar con cierta dignidad las crisis que los políticos venales, de cuando en cuando, infligen al país con nombres curiosos: Error de diciembre, Efecto tequila, por mencionar algunos. Fue Mirna Corzo y Edén García, quienes lo invitaron a integrarse al Colegio de Artes de Tabasco, un ente que fue creado por artistas plásticos para promover su quehacer.

«En la escuela no aprendes todo, hay cosas que tienes que aprender en el ámbito profesional, sobre la marcha. Ahora dedicarte al arte parece estar de moda, pero en ese entonces decidirte por el arte, era caminar irremediablemente a la muerte por hambre. Ahí, al lado de los maestros, aprendí muchas cosas, pero sobre todo a navegar con habilidad el proceloso mar del ambiente artístico tabasqueño. Es decir, fue entonces que comencé mi carrera delictiva», dice y suelta una carcajada para luego sorber su café con sonrisa de suficiencia.

Humberto disfrutaba enseñando el idioma de Shakespeare en una escuela primaria, usando el dibujo como parte de la didáctica que había ido construyendo en su camino docente. Fue la directora de la escuela quien lo sorprendió una mañana dibujando en el pizarrón. Jubilosa le dijo que ella estaba buscando un maestro de dibujo para el verano que estaba pronto. Sin pensarlo dijo que sí. Era lo que había pensado siempre. Entonces otros centros educativos lo llamaron. Ahí promovía sus obras organizando exposiciones, invitando a compañeros.


«Fue Rogelio Urrusti, el primero que me invitó a una exposición de grabado en tiempos de carnaval. Pero cuando vino la gran inundación, las escuelas cerraron, tomé mis maletas y me fui a Playa del Carmen. Fue ahí que me asaltó la certeza de que sí se puede vivir del arte, sólo que tienes que trabajar mucho, trabajar en serio», afirma, flemático.

Alguien se acerca intentando venderle una paleta de dulce, dice que no y, fuera del rumbo de la conversación, rememora su infancia feliz, una infancia donde, pese a los regaños, a las carencias, prevalecía un espíritu de comunidad. «Hoy eso ya no existe o quizás llegaron otras formas de convivencia que aún nosotros no entendemos, pero mi infancia de entonces no la cambiaría por la de los niños de hoy». Recuerda, divertido sus juegos de canica, trompo, paredón, tamalada, todos estos teniendo como única sede; la calle, que pertenecía a todos. Asegura que, entonces, Villahermosa era un pueblón. También evoca sus días en la secundaria con el uniforme color verde y los lunes la corbata. Afirma que fue entonces que aprendió a hacer el nudo de aquella prenda masculina que la disciplina escolar exigía. «Siempre estuve en la escolta y siempre fui jefe de grupo», dice orgulloso, ponderando lo mucho que significa eso para él. Cuenta que como docente ha intentado recuperar esa figura para el mejor desenvolvimiento de sus grupos, pero no ha sido posible. También dice que estuvo en el taller de carpintería y que lo que hizo en ese entonces aún están en su casa.

Cambia de tema, sonríe y recuerda el libro «Diles que no me maten«, volumen de cuentos publicados por el Programa Estatal de Lectura que ilustró con sus grabados y que, entre otros, muestra a sus alumnos cuando quieren saber más de su quehacer. Desde su condición de enseñante cuenta cómo su clase de arte es un acompañamiento de las otras materias.

«En nuestros últimos trabajos hemos elaborado portadas de libros que en clase de español han leído. El artista de cualquier disciplina debe de leer, les digo siempre. Nuestras portadas deben invitar a leer el libro, deben de llamar al lector.

Un ejercicio recurrente que hago con mis alumnos es el de vestir un maniquí. Ahí, cada alumno se descubre cuando viste al maniquí y se sabe diferente a los demás. Los resultados son maravillosos. Aunque tenga, como en el béisbol, estar atento a los que llegan de manera presencial y los que están en línea, la mirada en primera y en tercera, ejemplifica, beisbolero.

Humberto cuenta sobre las dificultades que nacen en las y los alumnos. Dicen que los dibujos del maestro son muy avanzados, que no lo pueden hacer. Le han dicho que ellos preferirían música. Ante esta situación él propuso a los directores un cambio. «La clase con los maestros de música se hizo un caos. Pasaron cuatro maestros con resultados fatales.

Después de esa experiencia volvieron conmigo donde fui más didáctico, usé guías para conducirlos en el camino del dibujo y estrategias diversas que me dieron resultados». Sin ocultar su orgullo dice que ex alumnos lo visitan para mostrarle sus trabajos y pedirle orientación, las primeras generaciones se han convertido en su respaldo. Pero además dice que el arte también le ha permitido descubrir dificultades y problemas en sus alumnos. Muestra la foto del dibujo donde un niño, sentado a unos pasos de un precipicio, con la cara de tristeza, tiene una mano en alto. «Aquí hay broncas, y ya estamos trabajando en eso».

Estrada cierra la entrevista afirmando que las autoridades culturales, no están haciendo bien su trabajo. «No invierten en la cultura, ésta es una poderosa herramienta para lograr la paz social, está científicamente comprobado; En Tabasco, el ogro, ha dejado de ser filantrópico», dice lapidario parafraseando a Octavio Paz.

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