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Huertos, cosmovisión y ciencia en la obra de Mauricio Hernández

Escuché por primera vez hablando al doctor Mauricio Hernández Sánchez en diciembre del año 2020

 

Roberto Román

Escuché por primera vez hablando al doctor Mauricio Hernández Sánchez en diciembre del año 2020, en un evento académico organizado por la Universidad Intercultural del Estado de Tabasco (UIET).

Ahí, el también docente presentó un trabajo de investigación sobre un relato de la tradición oral del pueblo Yokot’an de Tamulté de las Sabanas, del municipio de Centro, Tabasco.

Me llamó mucho la exposición de su análisis entre semiótico y antropológico, con esa mezcla interdisciplinaria a lo Vladimir Propp o a lo Levi-Strauss, sobre una leyenda acerca de un niño prodigio.

Al menos eso dicen mis recuerdos. Ese trabajo llamó mi atención y en cuando tuve la oportunidad, lo saludé para decirle que yo tenía un trabajo de recopilación de cuentos del pueblo yokot’an pero de la zona de Nacajuca y que se lo quería compartir.

Un año después tuve la oportunidad de escucharlo en otro evento académico de la misma universidad, ahí el catedrático expuso un trabajo de investigación sobre las variedad de corrientes religiosas e iglesias que existen en la villa de Tamulté de las Sabanas, dejando ver cuán creyente es la sociedad yokot’anob, y cómo se distribuyen en distintas congregaciones cristinas, predominando el catolicismo.

A mediados de este año 2023, durante un evento de investigación en la misma UIET, el también catedrático se acercó y me entregó el ejemplar de un libro de su autoría, mismo que había sido presentado ese día, la obra se llama Guía ilustrada de las plantas ornamentales de los huertos familiares mayas del sur de Yucatán. Le agradecí y me dispuse a leer la obra.

II

Cuando éramos infantes, era común ver a los pollos que de pronto, se les torcía la cabeza, algunos caían al suelo retorciéndose, y entonces la gente decía que era un mal aire, o que había pasado algún duendecillo y les había hecho mal.
Incluso, cuando alguien hacía una mueca como broma o burla, decíamos: ¡Cómo no viene un mal aire y te quedas así! Esto me hizo recordar el libro del doctor Mauricio Hernández. La obra aunque en su nombre es denominada como Guía, en realidad es un trabajo sobre la relación antropológica de las plantas ornamentales en los cercos o huertos de las casas de Yucatán.
¿Tiene alguna razón de ser el que la gente tenga cierto tipo de plantas cerca de sus casas? ¿La única finalidad es ornamentar, provocar un sentido estético con flores? ¿La finalidad es tener plantas curativas para ser utilizada en caso de males patológicos o sicopatológicos?
El trabajo de investigación que el doctor Mauricio Hernández presenta en esta obra es más que interesante, y pone de relieve lo que como sociedad proveniente de la cultura mayense, muchas veces no distinguimos, pues nos parece cotidiano.

En efecto, la cosmovisión de las culturas se impone en todos los aspectos de la vida diaria. Esto lo recalca el autor, al señalar aspectos psicomágicos producto de las creencias culturales de la sociedad maya de Yucatán, en la que plantas y animales tienen una relación de causa, efecto y consecuencia.
Los solares “son los lugares donde cultivan múltiples plantas para diversos usos. Unas se ocupan para consumo humano o animal; otras para sanar las enfermedades de los miembros de la familia; otras más para curar los sitios habitados”. En este caso, se refiere a plantas cuyo uso puede tener efectos curativos al utilizarse en forma de tintura, maceración, infusiones o cataplasmas.
Pero aún más allá, en la cosmovisión mayense, existen seres o entidades supra humanas que en interrelación accidental o provocada, pueden generar daños a las personas, tanto a nivel físico como a nivel anímico o psicofísico y para ello también se utilizan algunas hierbas, tanto para provocar el daño como para ahuyentarlo.

“En los patios también se siembran hierbas destinadas a la protección contra determinadas entidades anímicas o sagradas que pueden representar un peligro al bienestar humano”…
Esto me recuerda un pasaje de la novela El Siglo de las Luces, del escritor cubano Alejo Carpentier, cuando relata que el personaje Esteban, aquejado por una tos irrefrenable y luego de haber probado todos los remedios, está a punto de ahogarse y entonces Víctor Hugues le lleva al Doctor Ogé, un negro, quien descubre que la enfermedad es provocada por una planta, y explica que hay ciertas hierbas que para mantenerse, requieren robarle la vida a las personas.

“El mestizo, sin mirar al enfermo, sin reconocerlo ni tocarlo, permanecía inmóvil, olfateando el aire de modo singular. «No sería la primera vez que ocurre», dijo al cabo de un rato.

Y alzaba los ojos hacia un pequeño ojo de buey abierto en la espesura de la pared, arriba, entre dos de las vigas que sostenían el techo. Preguntó lo que habría detrás del muro.

Carlos recordó que ahí existía un angosto traspatio, muy húmedo, lleno de muebles rotos y trastos inservibles, pasillo descubierto, separado de la calle por una estrecha verja cubierta de enredaderas, por el que nadie pasaba desde hacía muchos años.

El médico insistió en ser llevado allá. Después de dar un rodeo por el cuarto de Remigio, que estaba fuera en busca de alguna pócima, abrieron una puerta chirriante, pintada de azul. Lo que pudo verse entonces fue muy sorprendente: sobre dos largos canteros paralelos crecían perejiles y retamas, ortiguillas, sensitivas y hierbas de traza silvestre, en torno a varias matas de reseda, esplendorosamente florecidas.

Como expuesto en altar, un busto de Sócrates que Sofía recordaba haber visto alguna vez en el despacho de su padre, cuando niña, estaba colocado en un nicho, rodeado de extrañas ofrendas, semejantes a las que ciertas gentes hechiceras usaban en sus ensalmos: jícaras llenas de granos de maíz, piedras de azufre, caracoles, limaduras de hierro. «C’est-ça», dijo Ogé, contemplando el minúsculo jardín, como si mucho significara para él.

Y, movido por un repentino impulso, comenzó a arrancar de raíz las matas de reseda y a amontonarlas entre los canteros. Fue luego a la cocina y, trayendo una paletada de carbones encendidos, prendió una hoguera a la que arrojó todas las vegetaciones que crecían en el angosto traspatio.

«Es probable que hayamos dado con la razón del mal», dijo, entregándose a una explicación que Sofía halló semejante, en todo, a un curso de nigromancia. Según él, ciertas enfermedades estaban misteriosamente relacionadas con el crecimiento de una yerba, planta o árbol en un lugar cercano.

Cada ser humano tenía un «doble» en alguna criatura vegetal. Y había casos en que ese «doble», para su propio desarrollo, robaba energías al hombre que a él vivía ligado, condenándole a la enfermedad cuando florecía o daba semillas. «Ne souriez pas, Mademoiselle.» Él había podido comprobarlo muchas veces en Saint-Domingue, donde el asma aquejaba a niños y adolescentes, y los mataba por ahogo o anemia.

Pero bastaba a veces con quemar la vegetación que rodeaba al doliente —bien en la casa, bien en los alrededores— para observar sorprendentes curaciones… «Brujerías —dijo Sofía—: tenía que ser.»”.

Junto a las plantas, en los traspatios también se crían animales domesticados que proveen de alimentos y que sirven de protección ante esos seres anímicos.

“Además de las hierbas, en las comunidades mayas yucatecas se ocupan de los animales de traspatio como protección de los ámbitos domésticos. Es el caso de los pollos, gallos o gallinas que “de repente gritan” y después se les ve con “las nucas retorcidas”, y “las patas de lado”, porque “cargaron aire”…

Actúan, pues, como verdaderos mecanismos para la protección de la salud humana en caso de las plantas contras hayan sido eludidas”.

La obra refiere además un estudio técnico sobre la configuración espacial de los huertos, mediante el análisis de los tipos de viviendas y los elementos a su alrededor, incluyendo las plantas y la clásica albarrada yucateca, que consiste en una barda de piedras superpuestas.
La Guía ilustrada de las plantas ornamentales de los huertos familiares mayas del sur de Yucatán, fue editada bajo el sello prestigiado de la editorial Fontamara, y la Universidad Intercultural del Estado de Tabasco, saliendo a la luz pública la primera edición en febrero de este año 2023.

El interior se trata de un trabajo taxonómico sobre cada una de las plantas ornamentales que el investigador fue clasificando durante su trabajo de campo, donde nos ilustra sobre el nombre científico de cada planta, el o los nombres comunes, su origen, la descripción de hoja y flores, y para los interesados, con una guía “para saber más”.

III

—Por fin leí algo diferente—, le dije al maestro Mauricio un día que me lo encontré, refiriéndome a su libro.
Con su voz amable de siempre, me respondió:
-Qué bueno que le gustó.
Hablamos de los recuerdos de infancia sobre los pollos con la nuca torcida, sobre las plantas y las formas de los solares de Tabasco que no distan mucho de los de Yucatán.
El doctor Mauricio Hernández Sánchez siempre atento y respetuoso, me escuchó, como escuchan los doctos, los conocedores, con respecto y atención al interlocutor. Mauricio Hernández es biólogo por la UJAT, Maestro en Ciencias en la especialidad de Ecología Humana por el CINVESTAV y candidato a Doctor en Estudios Mesoamericanos por la UNAM. Además es catedrático de la Universidad Intercultural del Estado de Tabasco.
Agradezco igual al doctor Mauricio, su bondad y gentileza para compartirme el link, desde donde pueden descargar una versión digital de la obra en mención.

https://www.researchgate.net/publication/369539100_Plantas_ornamentales_de_los_huertos_familiares_mayas_de_Yucatan

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