_Gamaliel Sánchez Salinas_
VILLAHERMOSA (CONTRASTE POLÍTICO).—Eran tiempos de feria en el trópico, el maestro Gutemberg Rivero esperaba en su taller a otro pintor para irse a engalanar el Kiosco del municipio de Centro. El maestro Gut tenía ya listas tres cubetas de pintura y brochas y otros recipientes para mezclar.
Después de un rato de espera, se apareció el pintor egresado de la Academia de San Carlos acompañado de dos asistentes y su vehículo cargado de varias cubetas.
Gutemberg, miró extrañado aquel montón de cubetas que daban cuenta del círculo cromático y más. «Son para que nos queden chingones los macuilises y flamboyanes«, se justificó aquel artista plástico formado en la academia.
El maestro Gutemberg Rivero, artesano del arte, sonrió socarrón y vio como sus cubetas de pintura y demás chunches, apenas si encontraron espacio en el auto de su colega. Y allá se fueron al parque de la feria a cumplir la encomienda con tropical alegría.
En el lugar cada uno escogió altos muros. Los chalanes bajaron las cubetas de su mentor, brochas y demás, así como las tres cubetas del maestro. Comenzaron, ambos con los árboles emblema de la ciudad; guayacán, macuilís y flamboyán.
El maestro Gut, abrió sus tres cubetas; rojo, amarillo, azul; los colores primarios que permiten la creación de todos los colores habidos y por haber. Los troncos de los árboles fueron los primeros, el pintor, graduado en las bellas artes, sacaba sus botes con diferentes tonos de cafés, el maestro Gut, con ojo experto, apelaba a las combinaciones con la triada de colores.
Después de terminar la primera fase, el pintor de academia, dijo que la falta de andamios no les permitiría terminar, que los esperara, él y sus chalanes irían a conseguirlos. Como el tiempo pasaba el maestro Gut exploró los alrededores, en otro kiosco encontró a unos trabajadores que hacía una pequeña palapa.
Entre sus herramientas había una palanca larga. La pidió prestada. Con ella regresó a su kiosco, tomo su brocha y la amarró en la horqueta de la palanca, la metió en sus cubetas y la magia se hizo: guayacanes, macuilises y flamboyanes adornadas por aves canoras refulgían.
Los trabajadores que pasaban, sorprendidos, admiraban la obra del maestro. Cuando hubo terminado, recogió sus chunches, los puso en un rincón, fue por un taxi y partió al Submarino.
Fue por la noche, cuando se disponía a regresar a su casa, que se apareció con aspecto cansado el pintor excelso. Le contó que no pudo terminar, que volvería mañana, pero curioso preguntó al maestro cómo había logrado terminar pronto y bien su trabajo. Gut, sonriente, pidió un caguama y otro vaso, le sirvió y sólo le dijo que tomara.
Cuando se la terminaron, el maestro Gut se despidió y salió por su taxi ante la mirada llena de admiración del pintor que había abrevado el conocimiento de las bellas artes de grandes maestros de La Academia de San Carlos.







