CIENCIACULTURA

Abraham Reynoso: El conocimiento es un bien público y hay que trabajar para que así sea

Gamaliel Sánchez Salinas 

La calurosa noche de verano se mecía tranquila en la tropical Villahermosa. Las calles del Centro histórico estaban solitarias. Dos parroquianos salieron, tambaleantes, de una cantina. Se despidieron. Uno de ellos caminó a su auto, un AMC Gremlin, un auto grande que parecía haber recibido un machetazo en la parte trasera. Su dueño lo abrió, se puso al volante y arrancó. Aquel auto se deslizaba despacio por las calles del Centro, hasta que llegó a la Quinta Grijalva, morada oficial de los gobernadores. El Gremlin se paró justo en la entrada del emblemático lugar, su conductor observó el enorme portón, luego, de manera automática, manipuló la palanca para salir en reversa, retrocedió varios metros y luego, a toda velocidad, salió disparado contra el portón que cedió al empuje de aquel auto. El estruendo despertó a los policías y guaruras que no sabían que estaba sucediendo. Después del desconcierto corrieron a dónde estaba el auto intruso. El conductor se había bajado de su vehículo, Leandro Rovirosa Wade, el gobernador de entonces, en pijama, ya estaba fuera de la casa y observaba sorprendido a aquel extraño visitante. Guaruras y policías trataron de inmovilizarlo, no era fácil, aquel hombre, furioso lanzaba improperios contra la primera autoridad del estado. La fuerza bruta se impuso, el hombre fue golpeado de manera inmisericorde, maniatado y llevado a los separos ubicados en la calle Usumacinta. Después de 3 días en dicha cárcel fue trasladado, en escandaloso operativo, al Reclusorio ante la indignación de sus amigos y alumnos. Ese hombre era el ingeniero Abraham Reynoso, hombre de ciencia, docente universitario y promotor del conocimiento. Cuarenta años después del suceso, amable, nos recibe en su casa, en la esquina que hacen las calles Eusebio Castillo y Pedro Fuentes.

«Te voy a contar como estuvo la cosa: una mañana leí en el diario Presente, un anuncio que informaba sobre 10 mil becas que serían entregadas a gente de provincia por CONACYT. Me alegré, tomé nota y días después me presenté a la reunión, fue en el teatro universitario, estaba lleno de acarreados. Una maestra de veterinaria y yo, preguntamos por el monto de la beca, nos pidieron quedarnos hasta el final para ser atendidos. Lo hicimos, nos dieron un formato que llenamos y nos despidieron diciéndonos que por correo nos llegaría la respuesta», cuenta.

Todas las mañanas el profesor esperaba las buenas nuevas. No llegaban. Entonces sus amigos le dijeron que se fuera al D. F., a las oficinas del CONACYT. Así lo hizo, pero en cuanto llegó le dijeron que nada habían mandado de Tabasco, que llenará de nuevo el formato y esperara, otra vez, la respuesta por correo. Volvió, pasaron los días, impaciente seguía esperando, al ver que el tiempo pasaba volvió de nuevo a la capital del país, lo recibió otro burócrata y lo hizo llenar, otra vez, el formato. Así regresó Abraham Reynoso, a los pocos días la respuesta llegó. Era aceptado en el sistema de becas. Feliz, regresó al D.F. para completar el trámite. Otro burócrata lo recibió, le dijo que el proceso se había cerrado tres días antes y que nada se podía hacer, que regresará el próximo año. Indignado, lleno de impotencia regresó a Tabasco.

«Fui a ver a un reportero de Presente que era mi amigo y le dije que en el periódico habían publicado lo de las becas y le conté todo lo que había pasado, que deseaba denunciar. Me dijo que él lo escribía, pero que el director no lo iba a dejar pasar. Nada contra el gobierno. Luego fui a ver a un exalumno que tenía un periodiquito, me dijo que sí al principio, luego se rajó. Días después, por la tarde, acudí a una protesta en defensa de un compañero profesor universitario (Olivares), lo querían sacar y ese cabrón era bueno. Después de la protesta decidí, con otro amigo, ir a tomarnos unas cervezas. Salí de ahí ya calibrado me subí a mi carro, un Gremlin que tenía, y me lancé a La Quinta», rememora. Por lo anterior, el ingeniero Reynoso, estuvo recluido en el penal tres meses donde intentó enseñar electricidad a los presidiarios, así como exigir mejores condiciones en la cárcel. «En el reclusorio me enteré que los rumores afuera eran que yo era un enviado de David Gustavo que en ese entonces andaba enemistado con Rovirosa. Tan’ pendejos, les dije, nada tengo que ver yo con los políticos, mi protesta fue legítima», asegura.

El ingeniero Reynoso nació en el Centro de la ciudad, hijo de padres yucatecos, estudió la primaria en la escuela Bolivia Maldonado de Rivas. El director de la escuela era el profesor Ramón Mendoza Herrera, quien al ver el ansia de saber del niño Abraham se convirtió en su mentor. Pronto Abraham era quien hacía el periódico mural escolar, el capitán de la banda de guerra y quién representaba a la escuela en los concursos de matemáticas. Iba a la escuela sin zapatos, se iba por calles llenas de lodo. Un día la maestra le preguntó si acaso no tenía zapatos, contestó que sí, pero que se los ponía en días especiales. La maestra ordenó a todos a llevar sus zapatos porque al que no tuviera el gobernador les regalaría un par. » Yo comencé a llevar los míos, pero tuve que irme por otras calles que no tuvieran tanto lodo».

«Mi padre hacía las bancas de los parques, él estaba en Campeche y desde allá las mandaba. Hasta que le propusieron que se viniera a vivir aquí, y puso su taller. Todos trabajábamos con él. En tiempos de Carlos A. Madrazo había mucha chamba para mi papá, además de las bancas, le encargaban las placas de mármol que se ponían en cada obra construida y ahí nosotros teníamos que trabajar. En 1963 sufrí un accidente automovilístico, y estuve a punto de perder la pierna, cursaba la secundaria. Ese año mataron a Kennedy y murió Juan XXIII. Si me he ido yo iba a estar bien acompañado», bromea el autor de «La ciencia en el trópico»

Abraham Reynoso, adolescente, estuvo tres meses convaleciente, pero en cuanto pudo caminar, aunque con muletas, se ejercitaba diariamente de una cuadra a otra. Pronto dejó las muletas por un bastón. Siguió ejercitándose hasta que prescindió del bastón. Y de nuevo se integró a la banda de guerra donde lo que para otros era un defecto él lo convirtió en atributo. Su forma de marchar se hizo más marcial, tanto que sus compañeros de la banda lo imitaban.

Jóvenes que venían de los municipios a estudiar alquilaban en el barrio. Había uno que pasaba de mañana, muy de mañana camino a la escuela, pero en su camino, cantaba con voz de barítono. «Se llamaba Luis Estañol y estudiaba medicina, nos hicimos amigos y le dije que quería ser médico. ‘Pues te llevaré con los muertos, si aguantas pues serás médico’. Y me llevó a un anfiteatro y no aguanté, ahí decidí ser ingeniero civil, luego me cambié a ingeniero electricista. A Luis Estañol no lo volví a ver más, muchos años después leí en el periódico que era director de la Normal de Balancán. En ese tiempo me invitaron a la masonería, la A.J.E.F., pero no me gustó. Tenían unos libros en una vitrina y pedí me los prestaran. Me dijeron que no, que no eran para mi entendimiento. Me salí porque ya desde entonces creía que el conocimiento no debe de ser de unos cuantos, el conocimiento es un bien público y hay que trabajar para que así sea. Fue ahí donde decidí conformar el Club de Ciencias Arturo Rosenblueth, que este año cumple su aniversario número 40», dice orgulloso.

Abraham Reynoso se tituló de ingeniero electricista, con una tesis sobre el Lasser, su asesor de tesis fue José de la Herrán, ingeniero, catedrático e investigador mexicano, gran divulgador de la ciencia y tecnología en México y América Latina.

En 1993 el Colegio de ingenieros hizo entrega de reconocimientos por sus amplias trayectorias a dos ingenieros; uno civil otro eléctrico; uno era Leandro Rovirosa Wade, el otro Abraham Reynoso, el público pidió al primero que le entregará el reconocimiento al segundo. Y así fue.

El maestro Abraham, jubilado ya, se dedica a dar charlas y conferencias, cursos y talleres a jóvenes y profesionistas. Sus exalumnos sólo tienen buenos recuerdos de él como docente y como ser humano.

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