CULTURATABASCO

LA LECTURA NOS HACE SUBLIME EL ESPÍRITU: PEPE RABELO

 

*_Gamaliel Sánchez Salinas/CONTRASTE POLÍTICO

VILLAHERMOSA.- Aquella mañana dominical, el señor Oscar Illán Torralba, recibió a la familia del señor César Rabelo Wade para conversar y compartir los sagrados alimentos. Era una costumbre que la amistad y el parentesco había afianzado.

Fue esa calurosa mañana entre recuerdos, chistes y gracejadas, que se percataron que Pepito, el hijo consentido de don César, curiosamente, no había dado muestras del carácter travieso que lo distinguía. Entonces, comenzaron su búsqueda en aquella casa, luego salieron a la calle. Estaban seguros que Pepito había tomado los rumbos callejeros de aquella Villahermosa del siglo pasado.

Cansados de la búsqueda, se resignaron y esperaron a que Pepito regresara de sus andanzas, no era la primera vez que se escapaba.
Cuando las familias estaban en la charla de sobremesa, Pepito apareció como alucinado.

El niño, por curiosidad, se había metido a la biblioteca de su tío y había descubierto la Colección El Gran Tesoro de la Juventud y el tomo dedicado a Grecia, de manera deslumbrante, lo había atrapado por más de tres horas.

«Ese fue mi primer libro, tenía ocho años, un libro maravilloso que me llamó, que me dijo ábreme y léeme. Y en sus páginas descubrí el nacimiento de Hércules, de Ulises, de todos los héroes, fue descubrir La Ilíada, La Odisea. Por más de tres horas me le perdí a la familia que jamás me buscó en la biblioteca de mi tío, pues nunca pensaron que yo estaría ahí», recuerda divertido, José Luis Rabelo, crítico de cine, periodista, librero, bohemio y beatlemaniaco en su espacio cultural que ha fincado en Lerdo y Aldama, calles del Centro Histórico villahermosino.

José Luis Rabelo nació en la ciudad de Villahermosa a escasos metros del río Grijalva en una casa que alquilaban sus padres en la calle Juan Álvarez. Luego se mudaron a la calle Pino Suárez, por donde se encontraba la Central de Autobuses ADO y Nacional de Drogas, cerca del mercado del mismo nombre.

De niño, Pepe inició sus estudios primarios en la escuela Juan S. Trujillo, pero luego lo cambiaron a la escuela José N. Rovirosa que dirigía con acierto el maestro Arnulfo Giorgana Gurría, quien era tío de su padre. «¿Por qué venía el parentesco? Por parte de los Gurría. De hecho, el gran romancero de Tabasco (José María Gurría Urgel) era primo de mi abuela, Elena Wade Gurría», puntualiza Pepe Rabelo.

El pequeño Pepito culminó la primaria con excelentes calificaciones y cada fin de año, como premio, sus padres lo llevaban a la capital del país a que recorriera la ciudad de los palacios adornada e iluminada de manera única, pero además aprovechaban para surtir sus guardarropas. En fin, era un niño consentido por sus logros escolares.

«Luego fui a la secundaria, la hice en la Federal N° 1 y fue una experiencia increíble porque ya pasabas a otro nivel. Te enseñaban de Física, de Química, que no me gustaban mucho, pero también estaba Historia que siempre, siempre, me llamó la atención. También español, que en aquel entonces se llamaba Lengua Nacional; ahí nos chutamos El Quijote, el poema del Mío Cid y muchas otras obras de la literatura universal. Pero también es cuando yo, José Luis Rabelo, descubre un nuevo idioma: el inglés. Y déjame decirte, a mucho orgullo, fui el mejor de mi generación en esa materia», cuenta, exultante, Pepe Rabelo.

Pepito, ya adolescente, con el dominio aceptable del idioma anglosajón, disfrutaba más del grupo de moda: Los Beatles. Y su sueño fue ser artista, ser un rockero, quería ser la versión choca de John Lennon o mínimo Ringo Starr.

«Teníamos una pandilla en la que coincidíamos; nos gustaba el rock, el cine y el idioma inglés. Recuerdo a Eduardo Cervantes Pérez, hijo del dentista de entonces, Eduardo Cervantes; José Manuel López Manrique, mi gran, gran amigo, hijo de otro doctor, Fausto López Cámara que tenía su consultorio atrás de La Plazuela del Águila cuando, dicho sea de paso, había un águila bonita, la cual se la robó quién sabe que presidenzorro.

También dentro de esa pléyade de amistades estaba el pediatra Alfonso Rodríguez Olivera y su hermana Graciela, La Chela Rodríguez. Fue una época maravillosa, una época en que llegabas al cine y a todos los conocías, sabías donde vivían, quienes eran sus padres. Había más armonía. Para mí fue una época maravillosa. En el Cine Tabasco, el Tropical Plaza, el Cine Juárez. Te digo, una época maravillosa», evoca nostálgico el también crítico de cine.

Los libros y el cine fueron sus principales proveedores de cultura. Después de su encuentro, a los ocho años, con la mitología griega, Pepito siguió con las novelas de Julio Verne, Emilio Salgari y los cuentos clásicos de los hermanos Grimm, Perrault, Andersen y las películas de luchadores, de El Águila Negra, las de Tin Tan, Resortes, Charles Chaplin y Harold Lloyd. El tutti frutti marcaba su gusto por el cine. Así llegó a la preparatoria, la que se encuentra en la Ciudad Deportiva. No tardó mucho, su padre lo sacó porque las malas compañías y el gusto por las cervecitas nacieron en aquel rockero que se estaba convirtiendo en un aventurero de las calles. La solución que encontró su progenitor fue inscribirlo en una modesta escuela que se encontraba en la calle Simón Sarlat y que dirigía Antonio Partida. Era secundaria y preparatoria, y llevaba el pomposo nombre de Instituto del Sureste La Salle. La escuela creció y se construyó por los rumbos de Tierra Colorada, fue allá donde Rabelo, el beatlemaniaco, culminó la preparatoria.

«De esa época recuerdo a mis grandes amigos: Cristóbal Quintero Villanueva, Alfredo Prats Leal, Rolando Brondo Pedrero… Todos finados, yo soy un sobreviviente junto a Carlos Ordóñez Galán, a la siempre guapa Beatriz Brondo Pedrero, Marisela Cacep, Lilia Aurora Fernández, bellísima, todos queríamos una novia así: rubia, ojos azules…», rememora Rabelo.

Terminó la prepa con calificaciones regulares, ya no fue entonces el alumno sobresaliente que fue en la primaria y secundaria. Y partió a la capital del país, al Altiplano, con la intención de estudiar arquitectura: deseaba diseñar mansiones, modernos castillos, pero la escuela no fue lo que esperaba y después de tres semestres se dio de baja. Cerca de un año estuvo en la gran ciudad disfrutando de lo que ella, generosa la brindaba. Vivía con unos tíos que lo trataban como un hijo. Su tío El Chato Romero y su tía Maruca, hermana de su mamá. Su padre mandó el ultimátum: Si no te inscribes en alguna escuela yo dejaré de mandarte dinero.

Alguien que conocía su gusto por la escritura le sugirió estudiara periodismo y se inscribió en la escuela Carlos Septién García, donde abrevó de maestros que considera ejemplares: Netzahualcóyotl de la Vega, Tomás Mojarro, Severo Mirón, entre otros… De este último se convirtió en su chalán y alumno de tiempo completo, de él aprendió a expresarse con claridad, con él hizo radio allá en México. «En esta época me volví asiduo lector de Siempre, sobre todo la sección cultural, no me perdía la columna de Monsi: Por mi madre bohemios. Y no me perdía los conciertos de rock. Yo aprendí en los libros, diarios y revistas más de lo que aprendí en las aulas», reconoce el hombre que hizo leer a Peña Nieto.

Ya de regreso a su natal Villahermosa, Pepe Rabelo trabajó en mil oficios. Fue burócrata, estuvo en la Secretaría de Turismo y fue parte de la plantilla laboral que echó a andar el Planetario en Tabasco. Cuando feneció la época gloriosa de González Pedrero, así la considera él, por el gran movimiento cultural que generó en el estado, el gran Rabelais, se integró al staff del periódico que dirigía Isidro Pedrero Totosaus: Perspectivas. «Con un artículo bajo el sobaco llegué a pedirle trabajo al ‘Monstruo’, era el centenario luctuoso de Vincent Van Gogh. No se me olvida el título de mi artículo: Vincent Van Gogh: Los lienzos de la desesperación. Eran cinco cuartillas que leyó en silencio, corrigió algunas cosas. Luego me dijo que le había gustado, que estaba bien redactado y que tenía elementos anecdóticos. En el trabajo criticaba que un capitalista japonés había pagado una cantidad estratosférica por el cuadro Los Girasoles, cuando el autor nunca logró vender nada, siempre vivió en la miseria. Toto aprobó mi artículo y me lo pagó en el momento. Yo feliz, pues ya era parte de ese semanario que hizo historia en el periodismo tabasqueño», afirma Pepe.

Pronto recibió el encargo de escribir una columna de cine, pues en Tabasco nadie lo hacía. CineFilia se llamó la columna que cada semana reseñaba una película en cartelera. Pasado un año, Rabelo propuso otra columna sobre música al ‘Monstruo’. Fue aceptada y se llamó RockFilia. «En esa época gané dinero, me divertí muchísimo, bebí trago a lo bestia, lo que empezó a preocuparme porque esos cierres de edición eran unas mega borracheras. Cuando cerró Perspectivas por la actitud represiva de Roberto Madrazo me fui al Semanario Tabasqueño de Luis Pampillón Ponce, donde hice amistad con un hombre fuera de serie: José Frías Cerino, a quien siempre voy a extrañar…», asegura con voz que parece quebrarse.

Pepe Rabelo también fue presentador de películas en la Corat, ahí se le veía llegar con distintos trajes para grabar la presentación de las películas de toda la semana.

En el 2007, pasada la gran inundación, comenzaron a aparecer en las calles de Villahermosa montones de libros que las familias sacaban para que el camión de la basura se los llevará. Pepe Rabelo inició recogiendo solo los que eran de su gusto, pero seguían apareciendo y muchos en buen estado y empezó como pepenador, después de una cuidadosa selección, a llenar su casa de libros. En febrero, la pintora y promotora cultural, Bertha Ferrer organizó, en la calle Lerdo, lo que llamó Las Escaleras del Arte, invitó a artistas plásticos a exponer su obra. «Yo le pedí chance para que me dejara vender los libros que había rescatado de la inundación y me dijo que sí. Desde entonces llevo ya quince años en este trabajo, antes los consideraba un pasatiempo, ahora para mí es un trabajo.

En todo este tiempo, de acuerdo a cálculos conservadores, he vendido, transferido, intercambiado, más de diez mil libros. Mucha gente, cuando se enteró que yo me dedicaba a esto, me trajo a regalar libros. Tres colecciones completas de gente que presentía se iban a morir me fueron donadas. Mismas que vendí íntegras. Creo que si queremos viajar por el mundo, viajar por la historia, la mejor nave es un libro. La lectura nos hace sublime el espíritu», asevera con amplia sonrisa y se despide campante.

Botón volver arriba