Roberto Román
Detrás de cada obra literaria se esconde siempre una pieza musical, como un fondo de agua, como un palimpsesto, como una huella de los pasos que el creador deja al construir su obra.
Detrás de una obra literaria, creada para un imaginario lector, se plantea siempre, la posibilidad de que los textos, las palabras y su sintaxis utilizada, se transforme en un pentagrama imaginario y de ahí surja una música espontánea que resuene en el pensamiento en la simultaneidad de la lectura.
No obstante, cuando los textos son acompañados de ilustraciones alusivas, esa pieza musical se exalta, con un brío beethoveniano, que a momentos se vuelve tenue y otras veces estridente.

Así es el cuento que Gamaliel Sánchez Salinas nos regala en su libro más reciente El Cumpleaños, un cuento que no por ser breve es menos impactante, con una trama que pareciera una cotidianidad, pero que en las manos del escritor, se convierte en una obra impetuosa que a la par que se disfruta, invita a la reflexión; que a la par que se lee, nos hace repensar que el amor de una madre es infinito y que siempre inventará todo lo posible, para hacer feliz a quien de sí desciende (n).
Tuve la suerte de conocer la obra antes de ser puesta en página, y disfrutarla gracias a la confianza y amistad con el autor, pero fue mayor la satisfacción cuando Gamaliel muy amablemente, me entregó algunos ejemplares para que estos cumplan su función:
Llegar a los lectores, promover la lectura, decirles de esta manera a las personas, principalmente a los jóvenes, que leer es una virtud, y que esa virtud se ha ido perdiendo, por las nuevas tecnologías y por las formas de pensamiento que procuran siempre el dominio sobre los demás, conservando o promoviendo la ignorancia.

El libro fue publicado con auspicio del Programa de Apoyos a las Culturas Municipales y Comunitarias (PACMyC 2022), para la difusión de la literatura, a través del proyecto Historia y Raíces; además, la asociación civil Querer Leer en su serie Chumanía, lo ha publicado para todo el público.
El Cumpleaños es una gran invitación a la lectura, pero también es una gran invitación a conocer el idioma yokot’an, que aún se habla entre los descendientes de los verdaderos dueños de estas tierras, con la traducción del poeta Domingo Alejandro Luciano, y la poeta María Guadalupe Hernández de la Cruz, además de las ilustraciones realizadas por la artista Nelsy Leticia Sánchez Madrigal.
La obra narra la vida de Paula junto a su hija Amelia, en una de esas clásicas familias fracturadas y desmembradas, en donde en ese triángulo, los hijos/as son quienes más lo resienten.
Así, la niña de la historia vive la ruptura y separación de sus padres, y como casi siempre sucede en la realidad, el padre se va solo y ella se queda con su madre; y aunque en el cuento no hay lo que la sicología ha denominado “alienación parental”, lo cierto es que Amelia poco a poco se aleja de la compañía de su padre, a quien ella visita, y se une cada vez más a su mamá.

La obertura de la obra, está cargada de un matiz musical en un lento y piano, con la descripción melódica de los personajes, y las razones de ser de la historia, que comienza a subir su intensidad en cuanto va avanzando. El lector puede captar los momentos de mayor brío y la resonancia una veces atiplada, y otras veces como producida por un violoncello.
En la lectura, la obra tiene su gradación suave y de poca intensidad en un descenso matizado, para que el lector pueda prepararse para la intensidad beethoveniana, que a momentos hace resaltar y hasta brincar de la butaca mental, cuando suceden o se platican cosas en la historia.
Pero el lector debe mantenerse siempre a la expectativa, pues el crecendo avanza hasta llegar a imágenes de contorsiones, de seres que realizan cosas extraordinarias, en la altura circense, y la emoción es tanta que sin darse cuenta, madre e hija se toman de la mano, cuando la orquesta en un alegro con brío fortissimo llena todo el escenario, y los sonidos imaginarios atrapan al pensamiento y lo sumergen a la misma obra musical y literaria.

Después, un lento decrecendo de sonidos e historia que se prolongan cada vez más, como la distancia, como el taxi, como el regreso a casa, como los dos corazones de Paula y Amelia, que ahora descansan en la cama luego de estar atrapadas en el cuento que fenece, dándose “cachitos de amor”, en una ubicuidad de estar y no estar en el concierto y al mismo tiempo estar en todas partes, mientras “tiemblan los peces que caen del cielo, tiemblan los niños descubriendo poesías” en el Cirque du Soleil.







