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NOS SALVA EL ARTE Y SU SENTIDO SOCIAL: LORENA PRIEGO

28/10/2022

_Gamaliel Sánchez Salinas_/CONTRASTE POLÍTICO

VILLAHERMOSA.- «En la escuela de arquitectura, el maestro Eduardo Rojas nos dejó de tarea un retrato en acuarela. A mí se me facilitaba y no sólo hice el mío, sino también por una módica suma, el de otros compañeros. Pero el día que se expusieron, el maestro me pidió que fuera yo quien calificara.

Cuando llegamos a uno de los cuadros que yo había hecho por encargo, el maestro dijo que ya había visto el mío, que el trazo, el manejo del color y la luz eran míos, que no lo habían hecho mis compañeros. Y nos regañó», cuenta Lorena Priego, arquitecta y artista plástica, en café de la Zona Luz de Villahermosa.

Lorena Priego es hija de madre chiapaneca y padre tabasqueño. Su primera infancia la vivió en Juárez y Tuxtla Gutiérrez, en Chiapas. Estudió en una escuela de corte confesional.

«Tuve una infancia tranquila, fue una época que recuerdo con nostalgia; la calle era nuestra, podíamos andar y jugar con tranquilidad a las escondidas, buenos y malos, encantados… eran parte de divertimento. Además de la escuela, con las monjas, muy demandantes, muy estrictas pero muy didácticas, muy buenas…», recuerda la arquitecta.

Lorena evoca, con festiva añoranza, sus visitas a Ciudad Real, y lo impresionante que era para ellas las casas coloniales, con sus techos, corredores, patios y pisos con duelas. «Íbamos seguido a San Cristóbal de las Casas porque ahí mis papás tenían compadres.

Yo disfrutaba ese paisaje arquitectónico, sin concebirlo como tal, no todavía. Me encantaba correr en los pisos de duelas y escuchar mis propios pasos. Otras veces me quedaba en silencio para escuchar los pasos de los demás, y por el sonido de estos imaginar a los dueños de aquellas pisadas. Jugar a las escondidillas en esas casonas para mí era fascinante», dice y dibuja una media sonrisa en su rostro.

Con el tiempo, cuando iba a cursar la secundaria, se vinieron a Tabasco, donde continuó sus estudios, ahora en una escuela pública. «En Teapa, entré a la secundaria federal; ahí hice los tres años, luego me vine a Villa (hermosa) a hacer la prepa, con ‘los buena gente’ del CUT, Centro de Estudios Universitarios. Pero me enfermé, me dio hepatitis y, cuando sané me inscribí en la preparatoria coronel Gregorio Méndez, pero perdí el semestre».

Para Lorena la época de secundaria fue tranquila, disfrutaba su vida pueblerina hasta que sus padres se divorciaron. Entonces ella se hizo de abuelos postizos, quienes la apoyaron en su época de bachiller. «Mi madre se fue a Tuxtla y mi padre se la pasaba entre Villahermosa y Pichucalco. En esa época yo no los extrañé. En la Goyo yo era parte de un grupo compuesto por compañeros que habían sido dados de baja en otros colegios y llegaban ahí.

Esta diversidad lo hacía muy rico y especial. Llevábamos grabadora para escuchar música mientras trabajábamos. Yo la pasaba muy bien. Es la juventud, pero todo en un ambiente sano». Ella cree que los valores inculcados en el colegio de monjas en la primaria fueron fundamentales.

Ya en la secundaria, Lorena cursaba el taller de Dibujo Técnico industrial y en la prepa continuó con Dibujo Arquitectónico. «Desde siempre me dijeron que de manera temprana me enfocara en lo que iba a ser mi carrera y yo quería ser arquitecta. Cuando terminé me fui a Puebla, a la ‘Buapachosa’, la Benemérita Universidad de Puebla«, evoca con nostálgica alegría.

Arquitectura del paisaje era la carrera que ella deseaba desde siempre, pero solo estaba en el D.F. y la mala fama de la capital hizo que desistiera. Alumna aplicada se graduó sin contratiempo y regresó a su terruño con el título bajo el brazo.

«Me recomendaron con el ingeniero Miguel Bosh y él me dio trabajo en su empresa. Recuerdo que era época de inundaciones y lo primero que hice fue llevar arena a Las Gaviotas, los Monales y Torno Largo. Luego me fui a trabajar con el ingeniero Juan José Martínez, después me integré a otra empresa donde hice ingeniería petrolera, además de civil…», rememora.

Sin embargo, había en Lorena una imperiosa necesidad de realizar dibujo artístico, y se inscribió en una incipiente escuela de artes donde conoció el mundo de la cultura tabasqueña: «Ahí fueron mis maestros Héctor Fernández, Rogelio Urrusti, pero me salí y me metí de lleno a pintar, pintar paisajes y experimentar con el color, pero ya conocía a artistas plásticos y promotores culturales como Bertha Ferrer, Alejandro Ocampo, Norma Cárdenas, Edén García…».

Cuando se independizó, el machismo, las traiciones y las deslealtades la llevaron al fracaso empresarial. Esta experiencia la llevó a la conclusión de que eran los senderos del arte los que tenía que transitar: «Ahí, solo estamos la obra y yo. Lo demás son circunstancias».

En 1997, Lorena Priego expone por primera vez de manera individual en el Colegio de Artes de Villahermosa. «Siempre y para siempre» se llamó la exposición y predominaba el estilo barroco, los ángeles y tablas en lugar de lienzos. Bertha Ferrer y Paulina Izundegui la animaron y apoyaron.

Pero en el sendero del arte las circunstancias también son torcidas, y eso lo comprobaría pronto la también ambientalista. «Un día un político me invitó a su casa para solicitarme unos retratos de sus hijos. En la sala de su casa vi una obra mía que había donado al Colegio de Arte, me dijeron que no se había vendido y que por falta de tiempo no había pasado a recoger.

Le pregunté cómo la había conseguido y me dijo que la había comprado», cuenta con un dejo de indignación. Molesta, la pintora acudió al Colegio de Arte a pedir una explicación. Semanas después, en asamblea, un miembro de la directiva del Colegio informó que al final sí se había vendido y que apenas la acababan de pagar, y entregó públicamente los dineros. La asamblea terminó en zafarrancho. «Lo hizo porque fue descubierto, de otra manera se hubiese quedado con el dinero», asegura Lorena Priego.

EN TABASCO SI NO ERES INFLUYENTE, NADAS EN LA MIERDA

Desconsolada, tomó su currículum e inició su periplo por todo el estado, buscando trabajo como la arquitecta que la universidad había formado. Infructuoso intento. Entonces realizó un proyecto de policultivos que fue aceptado y comenzó a trabajar. El proyecto avanzaba, iba a capacitaciones para tener más conocimiento sobre lo que estaba haciendo y conocía gente.

Fue en este lapso que conoció la Carta de la Tierra, esa declaración internacional de principios y propuestas que asegura que la protección del medio ambiente, los derechos humanos, el desarrollo igualitario y la paz son interdependientes e indivisibles.

«Fue muy significativo para mí leer dicho documento, ahí entendí que el arte puede tener un carácter social, un sentido colectivo, comunitario.

En un taller recibido, compañeras venidas de Costa Rica al saber que era pintora, me propusieron plasmara en el lienzo lo que la lectura de la Carta de la Tierra provocara en mí. Insegura, invité a la maestra Bertha Ferrer quien no me hizo caso. Armé el proyecto yo sola, lo metí a FECAT buscando una subvención, fue aceptado y me puse a pintar una colección inspirada en la Carta de la Tierra que titulé Llanto verde».

Esta colección resultó ser la primera en el mundo basada en la Carta de la Tierra y trajo reflectores para la pintora. Con su proyecto y sus cuadros, asegura, los burócratas culturales de la época del gobierno granierista obtuvieron recursos y también reflectores.

«En un evento en Tlaxcala, se acercaron a solicitarme mis cuadros, la titular de Cultura de entonces se interpuso y dijo que no era conmigo sino con ella, porque los cuadros los pinté con la beca obtenida del FECAT. Claro, luego me preguntaron si estaba de acuerdo, pero qué podía decir».

«En Tabasco solo avanzas si tienes dinero, o eres cercano al poder. Si no, tienes que nadar en la mierda. Pero de esto último nos salva el arte y su sentido social», concluye la artista plástica Lorena Priego.

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