Marco Antonio Gabriel García, Guadalajara, Jalisco, México, 1977. Estudió la Lic. en Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara, autor del poemario Tornasol y Fuego (Guadalajara, Jalisco 2006) en Editorial Paraíso Perdido, En el corazón tengo un revólver (Guadalajara, Jalisco 2012) en Ediciones el viaje, al Química (Guadalajara, Jalisco 2012) en La rueda cartonera, Salve (Guadalajara, Jalisco 2015) en mi Cielo ediciones y Amarillo sumario (Guayaquil, Ecuador 2016) en El quirófano ediciones; antologado en Poesía viva de Jalisco y 101 poetas 101 pintores. Es director de Ediciones el viaje. Ha coordinado ciclos de lectura, talleres de poesía, derechos de autor y edición. Compartimos dos poemas de su libro Salve:
Sin dinero
en esta sociedad
uno se siente tan solo
tan enfermo
tan tan tan triste y ruidoso.
No es que lo necesitemos
no es que debamos comprar algo
no es que nos haga falta
pero la costumbre
es tenerlo
amasarlo
follarlo.
Cuando no tengo dinero
me siento tan enfermo,
viene mi novia
mira mi casa sucia
me ve recostado en la cama
con la laptop entre las piernas
las redes sociales y su ruido interno
la pornografía latina
los tutoriales de cómo hacer luz con una
maldita papa
el sudor en todo el cuerpo
la brillantez del rostro que no ha visto
luz solar en días.
Le digo
lo siento estoy enfermo
no tengo fuerza para salir
no quiero ver a nadie
no quiero sexo
no quiero hambre
no quiero nada,
vete.
Ella, antes de retirarse,
ni siquiera me acusa de ser un mal ciudadano
me acaricia la cabeza despeinada
y me dice:
no te preocupes mi amor
el dinero ya llegará,
si quieres, vamos, yo te invito.
Sin embargo
no se trata de eso.
Como en las civilizaciones anteriores
en donde el hombre
para ser
tenía que pasar una serie de trampas/
rituales,
debo obtenerlo yo.
Mi abuelo
también era un desgraciado
tenía esa soledad agónica
de quien tiene un perro negro
y hambreado en lugar de espíritu.
Sí, era un ebrio a sus 72 años,
hablaba lúcidamente en una lengua
que no entendíamos.
En una lengua
que me quemaba el pecho.
No tenía amigos
ni semejantes cercanos.
Era un desolado cerro salvaje,
tenía cientos de historias inventadas
como dinamita a punto de amar.
Me miraba con su cara de macaco amargo
me miraba, como quien no ve nada:
—Cásate con tu prima hijo, cásate con ella.
—Abuelo, soy el último primogénito de
tu blasfemia,
el último de esta sangre de hiel.
Cumpliré tu deseo
de agujero negro
en el universo.