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Los Caminos de Lectura. Por Roberto Román

ANTON CHEJOV Y EL REALISMO RUSO*

*ANTON CHEJOV Y EL REALISMO RUSO*

Roberto Román

Por la fecha que contiene el libro junto a las iniciales con que mi hermano Carmito rubricaba sus libros, yo aún estudiaba el sexto grado de primaria. Era el año de 1982 y en la radio escuchaba con frecuencia el anuncio de una nueva tienda en Villahermosa llamada Chedraui, había sido abierta en la avenida Mina cerca de la central camionera de segunda clase.

Seguramente mi hermano pasaba seguido a comprar cosas ahí, pues le quedaba (quizá) al paso para tomar el camión que lo regresaba a diario a Nacajuca.

Una tarde llegó (y desde entonces se repetiría siempre durante todo el tiempo que vivimos juntos) con entre otras cosas, una bolsa conteniendo varios libros, uno de ellos se llamaba Fósiles, era un libro rojo de edición de bolsillo; otro era La Brizna de Hierba de Alberto Manzi (después hablaré de él) y el otro La Cerilla Sueca de Anton Chejov. Los dos últimos libros de la editorial Bruguera de la colección Todolibro, eran ediciones pequeñas de bolsillo con algunas ilustraciones.

Fue entonces que conocí a Anton Chejov. Al principio, recuerdo, cuando leímos en la casa el apellido del escritor, decíamos con broma entre hermanos chojov, Anton Chojov, o chojo’. Vivíamos en Tucta, un pueblo indígena de Nacajuca, donde se habla la lengua chontal (hoy conocida como yokot’an) y en esa lengua chojov o chojo’ significa pájaro carpintero.

Antes de Chejov yo ya había leído algunos cuentos de Boris Pasternak (me costó mucho esfuerzo ahora recordar su nombre), en un cuadernillo con ilustraciones coloridas, que Carmito había llevado, y guardaba junto a sus cosas, en una caja grande de jabón ariel que yo escudriñaba a hurtadillas. También ahí tenía sus libros de secundaria abierta, los recuerdo muy bien porque siempre los hojeaba.

Nada difícil, los cuentos de Chejov son amenos y cuentan historias comunes pero construidas con la magia de la literatura. En este libro de cuentos, el que más me gustó fue Exageró la nota.

Cuenta la historia de un agrimensor que tiene que viajar de noche a una zona alejada y boscosa, lleva un maletín y un miedo inmenso a que lo asalten, por lo que ve desde el principio que el carretero tiene cara de asaltante, y para intimidarlo, a cada momento le va comentando que lleva en el maletín dos pistolas, que ha matado a asaltantes, que no le tiembla la mano para matar, etc. En algún momento el carretero se llena de espanto y lo abandona pensando que el viajero tiene la intención de asaltarlo.

Uno de los problemas a los que se enfrenta el lector hispano a la literatura rusa, consiste en que los nombres tienden a confundir. Como dice Ernesto Sabato en El túnel:

“—Fíjate que nunca he podido acabar una novela rusa. Son tan trabajosas…

Aparecen millares de tipos y al final resulta que no son más que cuatro o cinco. Pero claro, cuando te empiezas a orientar con un señor que se llama Alexandre, luego resulta que se llama Sacha y luego Sachka y luego Sachenka, y de pronto algo grandioso como Alexandre Alexandrovitch Bunine y más tarde es simplemente Alexandre Alexandrovitch. Apenas te has orientado, ya te despistan nuevamente”.

Chejov (algunos lo traducen como Tchékhov) era un gran retratista de la sociedad rusa de su época, y así lo demuestra con el primer cuento con que arranca este libro: Un carácter enigmático, en el que penetra en la sicología de la época, mostrando la ambición de las personas por encima del amor.

Por lo que relata en este cuento, Chejov ya había leído a Fedor Dostoievsky, y en su cuento largo con que finaliza este libro, Una historia aburrida (apuntes de un hombre viejo), se respira una atmósfera dostoievskiana, que me llevó a recordar a El sueño de un hombre ridículo, sólo que Chejov realiza una gran deliberación de la sociedad, de los hombres, del amor, de las riñas, de la ciencia, y de los estudiantes, desde una perspectiva de un hombre viejo que observa profundamente las cosas.

Médico de profesión, Chejov conocía muy bien a las personas, por ello era capaz de mostrar las actitudes y formas encubiertas de los individuos. Con su cuento La calumnia, en donde el motivo es el chasquido de un labio que suena como un beso junto a la sirvienta, y que es escuchado por alguien en una fiesta, por lo que el autor del chasquido, para evitar chismes, se encarga de enterar del suceso a todos los asistentes, antes que el fisgón chismoso lo haga, lo que le trae fatales consecuencias.


Decía que conocí a Chejov en 1982, por esos años, en el pueblo de Tucta nos reuníamos en las tardes alrededor de la cancha, donde los más grandes jugaban basquetbol o volibol; nosotros jugábamos a las escondidas o a las canicas (los que tenían para comprar canicas), pero al caer la noche, nos sentábamos en la banqueta de la escuela primaria, y nos poníamos a contar o escuchar cuentos. Los compañeros contaban cuentos de espantos, de nahuales, de brujos, de lo que les pasaba en la milpa o en la laguna, o buscando leña con sus papás. Recuerdo que en una ocasión, como yo no tenía cuento y me habían pedido que contara algo, me puse a contar un cuento de Pasternak y todos se rieron de mí.

Con Chejov también comencé a conocer algunas palabras del ruso, tales como mujik, samovar, verstas, kopek, rublo, vodka, troika (siempre he asemejado que la palabra “troca”, que utilizan para denominar a las camionetas, debe tener alguna herencia o provenir de troika, en ruso), que luego leería también en Turgueniev, Gorki, Tolstoi, Pushkin y los escritores de la revolución.

Regresando a Chejov, su literatura se enfoca al realismo ruso, retratando con exactitud lo que sucedía en las familias de su época. Sin duda, también es un maestro de la sicología, de tal forma que incluso él mismo hace mención de Dostoievsky y menciona a Raskolnikov en uno de sus cuentos, para explicar Un carácter enigmático, en el que juega y pone en juego la inteligencia del lector con cuentos con un final exabrupto, o con finales como en La calumnia, donde incluso termina con una pregunta al lector, llevando su literatura a un diálogo entre el escritor y el lector.

Convertido casi en dos pedazos, pese a que le he puesto pegamento muchas veces para evitar que se deshoje, La Cerilla Sueca aún se mantiene en mi poder y me duele saber que de un momento a otro tal vez tenga que deshacerme de él; tiene ya más de 40 años de haber sido comprado, y me llama la atención una leyenda que tiene en la contraportada donde dice: Precio en España: 150 ptas. ¿Cuál sería su equivalencia actual?

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